jueves, 26 de junio de 2014

La Molienda (Epílogo)

Un Jeep Willys modelo 48 de color rojo recorría la carretera, empantanada por el aguacero que había caído en el amanecer. Dentro de él, el conductor les contaba a sus dos acompañantes algo que le parecía muy extraño en la venta de la propiedad de Diego Gómez.
—¿Cómo así Doctor? No entiendo —preguntó Alicia desde la parte trasera del Jeep.
—¡Ay, mija! Pues que esa gente tiene mucha plata —le contestó Marcos.
—Sí y no —intervino Álvaro Martínez, el alcalde del pueblo—. Según lo que me contó el notario, ese señor Gonzalo Rodríguez no tiene con qué comprarse una propiedad y mucho menos tiene para pagar semejante cantidad por una propiedad tan pequeña como la de los Gómez. Lo que pasa es que él trabaja para una señora llamada Adriana Ramírez, que es la de la plata.
—¿Entonces doña Adriana no es la esposa sino la patrona? —Alicia empezaba a entender.
—¡Exacto! —respondió Álvaro—. Esa señora tiene varias propiedades en la capital: casas, apartamentos y locales. Y tiene varios negocios: restaurantes, cafeterías, salones de belleza y casas de préstamo. Y también tiene unas haciendas en otros pueblos.
—¿Y por qué nos habrá dicho mentiras? —esta vez preguntó Marcos.
—No lo sé. Pero más raro aún es porqué compró esa propiedad a ese precio. Es muy pequeña como para producir algo que valga la pena y si para pasear fuera, para eso tiene sus haciendas.
—¿Sí ve mijo? Yo le dije que esa señora tiene algo raro —Alicia recriminaba a su esposo.
—Y no sólo eso —dijo Marcos aceptando el comentario de su esposa.
—¿Cómo así? —quiso saber Álvaro.
—Es que se me hizo muy parecida a alguien, pero no logro recordar a quién.
Pasaron sólo unos minutos  hasta que aparcaron frente a la casa blanca. Los tres quedaron atónitos al ver que la mitad de la construcción estaba prácticamente en cenizas. Era la primera visita que hacían esa mañana, antes de dar una ronda por las obras de canalización que la alcaldía y la gobernación adelantaban en el río que recorría la vereda.
Después de unos segundos, al salir de su asombro, el grupo de visitantes descendió del vehículo y caminó lentamente hacia la casa. La primera habitación había sido consumida totalmente por el fuego. El cuarto de la mitad parecía no haber sufrido tanto y la cocina permanecía intacta. Se dirigieron a la habitación calcinada pero se detuvieron tan pronto vieron en el suelo, frente a lo que debió ser la puerta, un cuerpo humano reducido prácticamente a huesos calcinados. Lo que en vida debió ser carne ahora no era más que pedazos de carbón pegados por partes al esqueleto. La posición de los brazos y las piernas daba a entender que se estaba arrastrando por el suelo mientras moría quemada. Y la calavera, aunque no tenía cara, daba la impresión de que estaba gritando. Alicia caminó hacia atrás impactada por la escena y quedó parada frente a la puerta abierta del segundo cuarto.
—Alma bendita, que en paz descanse —dijeron Marcos y Álvaro casi al unísono mientras se persignaban.
—Lo dudo mucho —dijo Alicia a sus espaldas. Estaba mirando al interior del cuarto frente al que se encontraba.
—¡Mija, por Dios! —la espetó su esposo, volteando a mirarla.
—¡No me diga nada! —se defendió Alicia—. Mejor venga mire —dijo señalando con un gesto de la cara al interior del cuarto.
—¿Qué es eso? —preguntó el alcalde, de pie frente a la pequeña mesa.
—Un altar de bruja —respondió la mujer.
Álvaro se inclinó frente a la mesa para observar la fotografía.
—¿Ese es José Restrepo? —preguntó.
—No. Ese es el papá —contestó Marcos.
—¡Ay, mijo! Si ese es el papá de José Retrepo, entonces ésta debe ser…
—María Indignación Ramírez —dijeron los tres al mismo tiempo mirando la fotografía colgada de la pared y sosteniendo el aliento ante el asombro.
—¡Eso es! A ella se me pareció —exclamó Marcos.
                —Entonces —intervino Alicia—, Adriana Ramírez era… La hija de María Indignación.
La voz de un hombre, llamando a gritos desde fuera de la casa, los volvió al momento.
—¡Señor alcalde! ¡Señor alcalde!
Un policía venía al trote hacia ellos.
—Hay un muerto en la casa de José Restrepo.

FIN


Capítulos anteriores:

No hay comentarios:

Publicar un comentario