martes, 2 de julio de 2013
Cuarto Menguante (Fragmento de una historia...)
- ¡Caramba! Ya empezaba a preocuparme. ¿Dónde estabas?
- Estaba comprando algo.
- ¿A esta hora? ¿Qué estabas comprando?
Sacó el contenido de la bolsa y se lo enseñó.
- ¿Un calendario?
- No es cualquier calendario. Es un calendario lunar.
- ¿Un calendario lunar? ¿Para qué?
- Para saber cuando sale la luna.
- Algunas veces pienso que estás loco de verdad.
Él le respondió sólo con una sonrisa.
En los días siguientes, cada tarde, antes de terminar la jornada, lo veía mirar hacía el firmamento por la ventana, luego marcaba una X sobre la fecha actual y contaba las casillas de los días siguientes.
- ¿Qué estás haciendo?
- Estoy esperando el cuarto menguante.
- ¡Ja! ¿Y desde cuándo te gusta el cuarto menguante de la luna?
- Desde que la vi sonreír por primera vez.
GIOVANY
sábado, 30 de marzo de 2013
Seres de fe
Muchas veces me contaron historias de lo que alguna vez fue, de lo que ya muchos olvidaron. Historias que no se cuentan en los libros porque las palabras que se necesitan ya no existen... o sí existen, porque las palabras nunca desaparecen, sino que se pierden en el olvido, en las sombras de los recuerdos que dejan de ser recuerdos.
A mí siempre me gustaron esas historias. Cada vez que terminaba una batalla, cuando me sentía agotado de muerte y me sentaba con el alma herida y desangrando mi esperanza, contando mis suspiros en cuenta regresiva esperando por el último, Dios llegaba a sentarse a mi derecha y el Diablo a mi izquierda, sentados en ese orden sólo para respetar convenciones. Cada uno ponía una mano en mi hombro, cada uno me abrazaba fuerte, cada uno me susurraba al oído sus mejores palabras, cada uno me besaba una mejilla y para evitar que mi fe en el mundo se perdiera del todo me contaban esas historias.
Historias de seres maravillosos. Seres en los que se había puesto la magia de todo lo que existe. Seres que sonríen para que el sol pueda brillar, seres que lloran para que el mar pueda saber a sal. Me contaban de la magia que hay en sus ojos, que si alguna una vez uno de ellos me miraba me sentiría como si sólo llevara puesta el alma. Me contaban que con el color de sus ojos podían adornarse días enteros y los que no se adornaran con sus ojos podían adornarse con el color de su cabello. Y en su cabello, por su gracia y hermosura, se posarían flores de todos los colores para verse aún más hermosos. Me contaban también que su magia es tan grande que no puedes verlos y evitar sonreír. Muchas veces me contaron que en las noches, cuando duermen, el brillo de sus ojos se acomoda como luceros en el negro manto nocturno para regalarle compañía a la luna.
Me contaban todas estas historias para que mi fe no muriera, para que mi alma dejara de sangrar, para que mis suspiros fueran de aliento y no de muerte, y siempre lo lograban, siempre me convencían de que estos seres maravillosos existen y que llevan la magia de lo divino emanando de su cuerpo, en su mirar, en su caminar, en su hablar, en su existir.
Sé que he conocido muchos porque de algunos he sentido su amor y de otros… Bueno, digamos que he sentido cosas diferentes, pero siempre me han hecho sentir vivo.
Continúo en mis batallas. Puede que esté loco, pero sigo teniendo fe en que vale la pena.
domingo, 3 de marzo de 2013
Y decidí ser valiente (Cuarta y última parte)
domingo, 24 de febrero de 2013
Y decidí ser valiente (Tercera parte)
Pero no pude ni siquiera dar el primer paso. Había algo que no me dejaba mover. Me quedé muy quieto. Respiré despacio. Cerré mis ojos y los abrí de nuevo. Volví a intentarlo… Nada. No podía moverme de ese punto. Era como si algo me estuviese amarrando, como si estuviese atado con un “lazo invisible”. No me tomó mucho para darme cuenta de lo que era: Miedo. Entonces fui totalmente consciente de que estaba perdido. Me acurruqué, abracé mis piernas, puse mi cara en mis rodillas y lloré de nuevo. Creo que lloré mucho más fuerte y por más tiempo que la primera vez. ¿Qué más podía hacer? No quería hacer nada más. ¿Para qué salir de allí? ¿Para qué volver al mundo? Había perdido lo que más amaba. Había perdido lo que le daba razón a mi vida. No sería capaz de seguir. Entonces supe lo que quería: Morir.
No sé que hay después de la muerte. Algunos hablan de la vida eterna, otros de la resurrección, del cielo y el infierno o simplemente del fin de la existencia. Pero, lo que sea, estaba seguro de que no podía ser peor de lo que estaba viviendo en ese momento. No podía seguir soportando tanto dolor, tanta ira ni tanto miedo. Quería que todo terminara ya y la única solución que se me ocurría era la muerte. Pero ¿Cómo? ¿Cómo morir? Creo que hasta tenía miedo de eso, pero era la única solución posible. Una frase llegó a mi mente más por costumbre que por convencimiento: “Dios mío, ayúdame”. No tuve que decirla, sólo pensarla y me habló de nuevo.
- Aquí estoy.
- Ayúdame, por favor, ayúdame –Ni siquiera le pedí disculpas por haberlo despreciado antes. Estaba demasiado concentrado en el dolor, en la ira y en el miedo.
- Por supuesto que voy a ayudarte. Lo primero que vamos a hacer es…
- Quiero que me mates –Lo interrumpí. Ya lo dije, no es fácil dejar de ser arrogante. Yo tenía muy claro lo que quería, o al menos eso pensaba.
- ¿Que te mate? –Parecía sorprendido.
- Sí. Llévame contigo.
- Bueno, esas son dos cosas muy distintas. No puedo llevarte conmigo más de lo que ya te llevo. Quiero decir, siempre estás conmigo y yo siempre estoy contigo. No hay un lugar específico donde llevarte conmigo. Yo estoy en todas partes, así que siempre estamos juntos. Algunas veces no te percatas de mi presencia, pero te aseguro que siempre estoy ahí. Por eso “llevarte conmigo” es algo que no tiene sentido si siempre estamos juntos sin importar a donde vayas. Incluso aquí donde estás en este momento también estoy yo. Y matar es algo que yo no hago. La gran mayoría de las personas no logran captar la maravillosa naturaleza de la muerte. Han intentado entenderla desde siempre, pero aún la siguen viendo como un suceso de tragedia y dolor y cuando la ven de otra forma generalmente tampoco la entienden bien. No pretendo menospreciar nada de lo que he hecho, pero la muerte es una de mis creaciones más maravillosas y aún así te aseguro que no es la solución que buscas, no es la solución que realmente necesitas.
<
- No veo otra solución. –Respondí, esta vez con respeto.
- Es cierto, no la ves. Esas emociones que estás experimentando están diseñadas para eso. La ira, el dolor y el miedo se encargan de distraerte tanto que pierdes de vista el camino y cuando quieres volver a él ya no logras encontrarlo. Y déjame decirte que hacen un excelente trabajo.
- ¿Estás diciéndome que sí hay otra solución?
- Sí, sí la hay. Y el tiempo que tardes en encontrarla depende de ti y únicamente de ti.
- ¿De mí? Está bien. Enséñamela.
- Si te la enseño no la estarías encontrando, además, si simplemente te la doy no lograrías apreciarla lo suficiente. Recuerda que antes te dije que muchas veces lo importante no es la respuesta en sí sino lo que hay que hacer para encontrarla y aún más para entenderla.
- Pero, de verdad quiero encontrarla –Poco a poco sentía más esperanza. Antes no me percaté, pero estaba hablando con el Ser Supremo. ¿Quién podría ayudarme mejor que Él?
- Sí, puedo ver tu enorme deseo. Saldrás de aquí tarde o temprano, como te dije, eso depende de ti. Y voy a estar contigo en cada paso del camino, voy a indicarte por donde caminar, pero tú tendrás que andar tus propios pasos.
- Pensé que ibas a llevarme en tus brazos y… Bueno, ya sabes, todo eso que dicen: “entrégale tus preocupaciones a Dios”, “en verdes praderas me hará pastar” y cosas así.
- Oh, yo no voy a cargarte. Yo no cargo a nadie. Pero siempre camino a tu lado. No te cargaré, pero sí te animaré, sí te ayudaré a encontrar el valor que necesites. Yo no resolveré tus problemas, tienes que resolverlos tú. Entregarme tus problemas es como hacer trampa en un examen, puede que lo pases, pero no te servirá de nada.
- Estoy confundido. Esto suena demasiado difícil.
- Eso me parece muy bien.
- ¿Sí?
- Sí, me parece espectacular, porque hace sólo un momento no pensabas que fuera difícil, hace un momento pensabas que era imposible, tanto así que querías morir. Eso quiere decir que ya has dado el primer paso.
- ¿Ya di el primer paso?
- Sí, ya lo has hecho, y lo hiciste sin darte cuenta.
- Pero si lo único que hecho es hablar contigo y escuchar lo que dices.
- Exactamente.
Estoy seguro de que no fueron impresiones mías. La ira, el dolor y el miedo disminuyeron drásticamente.
- Yo siempre te estoy hablando, siempre. –Continuó- Sólo que no siempre me escuchas. Para ser honestos, casi nunca lo haces.
- Sí, es cierto. –En ese momento me sentí avergonzado- No voy mucho a las iglesias.
- No es a eso a lo que me refiero y tú lo sabes. Me refiero a mí hablando dentro de ti. Es algo que ustedes llaman “conciencia”.
Me quedé callado por un momento. Esto era asombroso. Sé que para muchas personas no es algo nuevo, pero para mí sí lo era. Dios siempre me había hablado. Desde que tengo memoria y casi nunca lo escuché. Sentí vergüenza.
- Lo siento mucho, de verdad. Es qué algunas veces…
- Tranquilo –Me interrumpió- No trates de justificarte. No es necesario. Yo te conozco. Y por ahora vamos a ocuparnos de este momento. Justo ahora no importa nada más. ¿De acuerdo? –Me estaba preguntado si estaba de acuerdo. ¿Qué otra cosa podía responder?
- Sí, claro que sí.
- Muy bien –Sonrió. Eso creo- Entonces salgamos de aquí. Voy indicarte paso a paso lo que debes hacer.
domingo, 17 de febrero de 2013
Y decidí ser valiente (Segunda parte)
El silencio me alegró un poco, pero sólo por un mínimo momento porqué el dolor creció. Creció porque ahora también tenía ira. ¿Cómo era posible que esto me estuviese pasando a mí? ¡A mí! A mí que he sido lo que he sido. A mí que he sido quien he sido. No era justo. Al menos eso creía. No sólo lo creía, estaba totalmente convencido de que no me lo merecía.
- ¡YO NO ME MEREZCO ESTO! ¡YO NO MEREZCO ESTAR AQUÍ! –Grité tan fuerte como pude. Pero creo que nadie me escucho.
Entonces empecé a llorar. La ira es muy parecida al dolor. No te deja pensar con claridad, te desespera, te inunda, te ahoga. Y no importa lo que hagas ni contra quien lo hagas, no se quita, no así. El remedio para la ira es el mismo que para el dolor. Pero en ese momento no lo conocía y había mandado a callar a quien venía a traérmelo. En ese momento no me daba cuenta de que me estaba hundiendo más. De que yo mismo me estaba hundiendo más. No lograba parar de llorar. Juro que lo intenté, de verdad que lo intenté. Cerré los ojos y apreté muy fuerte, pero las lágrimas seguían saliendo. Aguanté la respiración para contener el llanto pero no pude detenerlo. Entonces me dije: ¿Por qué dejar de llorar? Nadie me estaba viendo, así que no tenía porqué sentir vergüenza ni nada de eso. Me permití llorar y lloré como jamás lo había hecho y como jamás he vuelto a hacerlo, las lágrimas salieron una detrás de otra y muchas al mismo tiempo; si alguien hubiese estado a kilómetros de distancia podría haberme escuchado. No pretendo ser egoísta, pero nunca he visto ni escuchado a alguien llorar como lo hice yo en ese momento. Lloré durante horas o días, la verdad no lo sé, en la nada tampoco existe el tiempo y por eso todo parece una eternidad. El hecho es que lloré hasta que no me salía una sola lágrima más y hasta que el llanto no era más que una extensión del silencio que me rodeaba. Aún tenía mucho dolor, muchísimo, pero ya no sentía que estaba muriendo. De alguna manera parecía que llorar me había ayudado. Por eso cuando alguien quiere llorar no le digo “no llores”, “no vale la pena”, “no le des el gusto de llorar”… No, cuando alguien quiere llorar le digo: “Llora, llora todo lo que quieras llorar, llora y no te detengas hasta que hayas sacado hasta la última lágrima, y si después de eso quieres seguir llorando entonces sigue llorando. Llora y si crees que lo necesitas apóyate en mi hombro”. Yo creo que Dios inventó el llanto como una manera de permitirnos drenar el dolor y así, con más calma, lograr entender que debemos superarlo. Ahora a mí no me avergüenza llorar, pero cada vez tengo menos razones para hacerlo.
Después de llorar me sentí mejor. La ira y el dolor seguían allí, pero ya no me sentía abrumado por ellos. Me sentí lo suficientemente fuerte para intentar ponerme de pie nuevamente. Lo hice muy despacio, aún se me dificultaba respirar. Tenía que salir de allí, así que tenía que empezar a caminar, pero ¿hacía donde? Al final decidí que daba igual. De todas formas no se veía nada, o mejor solo se veía nada.