viernes, 21 de febrero de 2014

Fragmento de una historia...

Espero poder llegar antes que los demás, así seré el primero en la cafetería. Tal vez podría comprar algo en el camino, así no tendría que ir allí. Aún así no me afano, todo toma su tiempo, por eso me levanto temprano, para no tener que apurarme. Enciendo la televisión para intentar distraerme mientras me organizo para salir al trabajo. Ya tengo puesto el pantalón, ahora sigue la camisa. Me la pongo frente al espejo para asegurarme de que se vea bien. Miro el botón que está más abajo y lo meto en su ojal. Hago lo mismo con cada botón en orden ascendente y siempre llego al mismo sitio: al cuello; ahí me resulta imposible seguir huyendo de mi propia mirada. Mis ojos se cruzan con los míos, es decir, con los de mi reflejo. Seguramente es mi imaginación, pero siempre me miro con reproche en las mañanas siguientes a noches como la de anoche. En fin, como siempre, ya se me pasará, pero la rutina cansa.


Antes de salir me aseguro de tener todo en los bolsillos: la billetera, las llaves, la tarjeta de acceso, las mentas… ¿Qué estoy olvidando?... ¡Ah, sí! El móvil. Lo busco en la mesa de noche, junto a la cama, y noto la luz parpadeante indicándome que tengo llamadas perdidas o mensajes sin leer. Seguramente son ambos. Reviso. 23 llamadas perdidas y 15 mensajes de texto… Todos de un mismo número... Los ignoro, como siempre después de noches como la de anoche.

martes, 18 de febrero de 2014

Jugo de Tomate de Árbol

Hay cosas que no se entienden de inmediato, pero que nos marcan de una manera agradable o tal vez no tan agradable. Y tiempo después, mucho o poco (creo que no hay un estándar), esas cosas te ayudan a cambiar la forma de ver la vida, ojalá para verla de mejor manera. Esta anécdota es sobre una de esas cosas en mi vida.


Cuando era adolescente, o pre-adolescente (por algún motivo se me escapan constantemente las fechas exactas), tuve un pequeño disgusto con el jugo de tomate de árbol.

Donde crecí hay una bebida tradicional que se usa para acompañar casi cualquier comida. Se llama agua de panela, o agua’e panela según el lenguaje popular. También se le conoce como agua dulce. Es preparada con un producto llamado panela, hecho de la caña de azúcar. En fin, el hecho es que es una bebida tan popular y tan tradicional que incluso, al menos en ese entonces, también se le conocía como “lo que toman los pobres”. Aun así es una bebida maravillosa. Era lo que tomábamos en mi casa mañana, tarde y noche. Tomar algo diferente, como jugo de frutas podía llegar a ser un pequeño lujo.

Algunas veces, con muy poca frecuencia, había jugo en mi casa para acompañar el almuerzo. Jugo de mora o de mango o de guanábana o de banano... O de tomate de árbol… ¡Ah! El bendito jugo de tomate de árbol.

Como lo mencioné anteriormente, el jugo no era algo común en mi casa, así que cada vez que había jugo era, al menos para mí, una mini fiesta. El delicioso sabor de las frutas, con el toque exacto de agua y azúcar que cada madre sabe ponerle, siempre ha sido una fiesta para mi paladar. Un día había jugo de tomate de árbol, un visitante tan ocasional como cualquier otro, y lo disfruté como disfrutaba cada jugo que podíamos tomar de vez en cuando. Al día siguiente otra vez había jugo de árbol y pensé: “Jugo dos días seguidos, ¡maravilloso!”

El día siguiente, el tercer día, otra vez había jugo, de tomate de árbol, por supuesto, y fue delicioso. Y hubo jugo toda la semana. Y la semana después de esa, y la que siguió, y la siguiente, y una semana más, y luego se repitió. Llegué a sospechar que mi padre había comprado un árbol de tomate en alguna parte de la ciudad.

Después de no sé cuantos días ya no soportaba el bendito jugo de tomate de árbol (a decir verdad, “bendito” no es exactamente la palabra que usaba entonces). Su color naranja pálido me parecía un atardecer triste. Su sabor dulce, pero al mismo tiempo suave, había dejado de parecerme dulce y suave. En lugar de eso era como tomar uno de esos remedios amargos que le dan a uno cuando niño, ¡guácala! No podía creer la mala suerte de tener que tomar jugo de tomate de árbol todos los días. ¿Acaso no existían otras frutas? ¿Qué pasó con la mora, la deliciosa mora? ¿Qué fue de la guanábana? ¿Se acabaron los mangos en el mundo? ¡NO MÁS TOMATE DE ÁRBOL! ¡Volvamos a tomar agua’e panela entonces! Pero el “bendito” tomate de árbol parecía ser ya un miembro más de la familia.

Muchos, muchos años después, habiendo olvidado incluso la época del juguito ese, y por causas tal vez sin relación alguna a esa época, aprendí eso de valorar lo que se tiene. Me tomé el trabajo de agradecer por todo lo que tengo, mucho, poco, promedio; no importa, el hecho es que lo tengo. Y cada cosa que tenemos está en nuestra vida para hacerla más agradable, más cómoda, más sencilla, más… Lo que sea. Y somos muy afortunados por tenerlas. Sé que generalmente queremos tener más que lo tenemos en el momento, es casi una constante. He aprendido (y me funciona) que una de las mejores maneras de tener más es agradecer y respetar lo que ya se tiene.

Por ahora creo que es bueno reconocer que cada cosa que tenemos ocupa el lugar que le damos y que, aunque sea mucho o poco, tal vez la vida sería un poco menos agradable si no la tuviésemos.

Ese jugo de tomate de árbol, a pesar de mi desagradecida actitud, estuvo siempre allí para calmar mi sed, para alimentarme, para nutrirme, para tener algo que tomar, para no pasar mis comidas en seco. No lo entendía entonces, pero tal vez lo entiendo ahora.

Hoy, en el restaurante donde suelo almorzar, la mesera me dijo: “Para tomar tenemos limonada, gaseosa o jugo de tomate de árbol”. Adivinen qué pedí.

GIOVANY