domingo, 6 de febrero de 2011

Conciencia Matemática

Ahí estaba yo, cara a cara con la Muerte, podría jurar que nos mirábamos a los ojos. Segundos silenciosos.

- ¿Qué haces aquí?
- No lo sé – Respondí.
- Esta no es tu hora.
- ¿Cómo saber cuándo es ó no la hora de alguien? – Pregunté con algo de irreverencia que aún me queda.
- Eso no es asunto tuyo.

Estaba dispuesta a llevarme si así lo decidía yo. Una de esas decisiones que no se pueden echar para atrás, que no se puede deshacer. Una vez que se decide morir ni siquiera la Muerte misma puede devolverte.

- Si estás aquí es porque por tu mente ha pasado el deseo de irte conmigo.

Tontos humanos aquellos que creen que la muerte vale más que la vida.

Entonces pensé otra vez. Cuando nos sentimos impotentes ante nuestros dilemas, lo único que hacemos es pensar y pensar… y pensar. Al final, no nos gusta el resultado, y seguimos pensando para tratar de cambiarlo, pero no se trata de lo que pensamos, se trata de lo que no nos hemos dado cuenta. Como yo en ese momento… no me había dado cuenta de varias cosas, entre ellas que aunque lo quisiera no tenía una vida para darle a la Muerte, porque ese es su precio. Podemos irnos con ella si pagamos lo que pide… “una vida por cabeza”. Quien sabe que hará la Muerte con ellas después de cobrar. El hecho es que ni siquiera tenía la mía… no tenía vida… la dejé con ella. Es irónico… el mismo dolor que me hacía desear cruzar la línea sin retorno era la causa por la que no podía irme. Busqué en los rincones de mi existencia algo que la Muerte pudiera aceptar a cambio, pero no había nada que le interesara, sólo le interesan las vidas y yo quería encontrar la mía para entregársela, pero no la tenía. Buscando, encontré otras cosas que había dejado a un lado sin darme cuenta.

Encontré a mi familia, mi verdadera familia: mis padres y mis hermanas. Estaban allí en un rincón cuidando algo que no lograba distinguir bien. Me lo enseñaron de cerca y vi que era algo grandioso, sin forma, sin espacio, sin color, pero grandioso… su amor por mí. Estaba intacto, increíble, como si fuera algo indestructible. Eso fue lo segundo de lo que me di cuenta… si me iba sería más el daño que la solución.

Junto a ellos, mis amigos… mirándome con ternura, con valentía, con rabia, con amor, con tristeza, con cariño, con calor, con dulzura, con agradecimiento, con piedad… mirándome con todo.

Me había olvidado de todo y buscando mi vida para pagarle a la Muerte, los volví a encontrar y en ese momento entendí que era cierto: “Aún no era mi hora”.
Vacié mi existencia para entregarlo todo al amor por una mujer, pero no fue suficiente. El amor no es malo, simplemente hace lo que le decimos y yo le dije a mi amor por ella que tomara todo y se lo entregara aunque me quedara sin nada, porque inocentemente creí que ella haría lo mismo, creí que era mía y para mí ella lo era todo.

Es matemático, el resultado tendría un signo menos. Si me voy sufrirán aquellos que de verdad me aman y jamás me olvidarían. Pero para ella ya soy sólo pasado, ya soy un recuerdo pudriéndose en su memoria.

- Decídete de una vez. Que sea eterna no significa que tenga tiempo para perder.
- Me quedo – Le dije.

Tal vez sea algo egocéntrico el decirlo, pero creo que se alegró de no tener que llevarme.

Lo tercero de lo que me di cuenta es que puedo crear más felicidad que tristeza, porque cuando le di la espalda a la Muerte todos estaban felices. Mi existencia es felicidad para quienes me aman y gracias a que ella dejó de hacerlo me di cuenta de que muchas personas aún lo hacen.

Honraré mi amor por ella con los segundos de mi vida porque me dejó sin nada para poder sentirme completo de nuevo.

Lo he escuchado en muchas partes, de muchas personas y en muchas palabras… “cuando pierdes ganas”… yo le agregaría… “porque no pierdes sino que cambias”.

GIOVANY