Un Jeep Willys modelo 48
de color rojo recorría la carretera, empantanada por el aguacero que había
caído en el amanecer. Dentro de él, el conductor les contaba a sus dos
acompañantes algo que le parecía muy extraño en la venta de la propiedad de
Diego Gómez.
—¿Cómo así Doctor? No
entiendo —preguntó Alicia desde la parte trasera del Jeep.
—¡Ay, mija! Pues que esa
gente tiene mucha plata —le contestó Marcos.
—Sí y no —intervino Álvaro Martínez, el alcalde
del pueblo—. Según lo que me contó el notario, ese señor Gonzalo Rodríguez no
tiene con qué comprarse una propiedad y mucho menos tiene para pagar semejante
cantidad por una propiedad tan pequeña como la de los Gómez. Lo que pasa es que
él trabaja para una señora llamada Adriana Ramírez, que es la de la plata.
—¿Entonces doña Adriana
no es la esposa sino la patrona? —Alicia empezaba a entender.
—¡Exacto! —respondió Álvaro—. Esa señora tiene varias propiedades en la
capital: casas, apartamentos y locales. Y tiene varios negocios: restaurantes,
cafeterías, salones de belleza y casas de préstamo. Y también tiene unas
haciendas en otros pueblos.
—¿Y por qué nos habrá
dicho mentiras? —esta vez preguntó Marcos.
—No lo sé. Pero más raro aún es porqué compró esa
propiedad a ese precio. Es muy pequeña como para producir algo que valga la
pena y si para pasear fuera, para eso tiene sus haciendas.
—¿Sí ve mijo? Yo le dije
que esa señora tiene algo raro —Alicia recriminaba a su esposo.
—Y no sólo eso —dijo Marcos aceptando el
comentario de su esposa.
—¿Cómo así? —quiso saber
Álvaro.
—Es que se me hizo muy parecida a alguien, pero no
logro recordar a quién.
Pasaron sólo unos minutos hasta que aparcaron frente a la casa blanca. Los
tres quedaron atónitos al ver que la mitad de la construcción estaba
prácticamente en cenizas. Era la primera visita que hacían esa mañana, antes de
dar una ronda por las obras de canalización que la alcaldía y la gobernación
adelantaban en el río que recorría la vereda.
Después de unos segundos, al salir de su asombro, el
grupo de visitantes descendió del vehículo y caminó lentamente hacia la casa.
La primera habitación había sido consumida totalmente por el fuego. El cuarto
de la mitad parecía no haber sufrido tanto y la cocina permanecía intacta. Se
dirigieron a la habitación calcinada pero se detuvieron tan pronto vieron en el
suelo, frente a lo que debió ser la puerta, un cuerpo humano reducido
prácticamente a huesos calcinados. Lo que en vida debió ser carne ahora no era
más que pedazos de carbón pegados por partes al esqueleto. La posición de los brazos
y las piernas daba a entender que se estaba arrastrando por el suelo mientras
moría quemada. Y la calavera, aunque no tenía cara, daba la impresión de que
estaba gritando. Alicia caminó hacia atrás impactada por la escena y quedó
parada frente a la puerta abierta del segundo cuarto.
—Alma bendita, que en paz descanse —dijeron Marcos
y Álvaro casi al unísono mientras se persignaban.
—Lo dudo mucho —dijo Alicia a sus espaldas. Estaba
mirando al interior del cuarto frente al que se encontraba.
—¡Mija, por Dios! —la
espetó su esposo, volteando a mirarla.
—¡No me diga nada! —se defendió Alicia—. Mejor venga mire —dijo señalando con un
gesto de la cara al interior del cuarto.
—¿Qué es eso? —preguntó
el alcalde, de pie frente a la pequeña mesa.
—Un altar de bruja —respondió la mujer.
Álvaro se inclinó frente a la mesa para observar
la fotografía.
—¿Ese es José Restrepo?
—preguntó.
—No. Ese es el papá —contestó Marcos.
—¡Ay, mijo! Si ese es el papá
de José Retrepo, entonces ésta debe ser…
—María Indignación Ramírez —dijeron los tres al
mismo tiempo mirando la fotografía colgada de la pared y sosteniendo el aliento
ante el asombro.
—¡Eso es! A ella se me
pareció —exclamó Marcos.
—Entonces
—intervino Alicia—, Adriana Ramírez era… La hija de María Indignación.
La voz de un hombre, llamando a gritos desde fuera
de la casa, los volvió al momento.
—¡Señor alcalde! ¡Señor
alcalde!
Un policía venía al trote hacia ellos.
—Hay un muerto en la casa de José Restrepo.
FIN
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