Recuerdo que abrí la puerta y que estabas ahí, de pie,
dándome la espalda. Luego desperté en mi cama, con un fuerte dolor de cabeza,
sin saber cómo llegué allí. Me palpo, pero no siento ningún golpe. El teléfono
no para de sonar, el real, no el del sueño. La gente se preocupa
por mí. Sé que eso debería alegrarme, pero sólo logro pensar en lo desesperante que resulta el
constante repicar del teléfono. Mi madre insiste en que tome vacaciones y que
vaya a visitarle, que allá me cuidará, pero no me voy a ir de aquí, al menos hasta
que sepa quién eres. Ahí está el teléfono sonando de nuevo. ¡No lo soporto más!
Lo cojo con rabia, le arranco el cable, y lo lanzo por la ventana. Acá estoy...
Esperándote.
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