viernes, 4 de abril de 2014

Los de colores

Todos salimos corriendo del salón; corriendo porque es lo que hacemos los niños cuando vamos a jugar. La profesora grita, mientras se para de su escritorio, que vayamos despacio, que no corramos, que nos podríamos caer; pero ninguno de nosotros le hace caso.

Algunos llevamos un juguete en las manos. En mi caso es una bolsa llena de bloques de madera de diversas formas. Es mi juguete favorito de todo el kínder. Me gusta tanto que es lo primero que ubico cada vez que entro al salón. Le he pedido a mis padres varias veces que me compren uno y su respuesta siempre es la misma: un acostumbrado “un día de estos”. Por eso sé que no lo harán, así que tengo que hacerme con el del kínder sea como sea, empujando a quien tenga que empujar y arrebatándolo a quien tenga que arrebatárselo. Aunque hay suficientes juguetes para todos, esta vez la profesora quiere enseñarnos a compartir y por eso sólo algunos llevamos juguetes, porque vamos a jugar en grupo. Eso no me gusta. Hay juguetes para grupos y juguetes para una sola persona. Los bloques de madera, definitivamente, no son para grupos. Mientras corremos hacia el extremo opuesto del patio de la escuela, para sentarnos a la sombra del árbol de mango, planeo mi estrategia: dentro de la bolsa, unos bloques están pintados de diferentes colores, hay amarillos, hay azules, hay naranjas, hay verdes, hay rojos; pero también hay unos sin pintar, son de madera pelada. A mis compañeros les daré esos, los pelados, y dejaré para mí los de colores.

Sentados a la sombra del mango les digo a mis dos compañeros: “Para mí los de colores y para ustedes los otros”. Ambos asienten. Y estoy en eso, sacando uno a uno los bloques de la bolsa y separándolos respectivamente en su lado y en el mío, cuando llega Aura Nidia, la profesora,  toma la bolsa de mis manos y la vacía de lleno en el suelo diciendo: “Así no. Vea, así”.

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