jueves, 20 de marzo de 2014

No lo escuchó

—Usted es la del 301, ¿verdad?

—Sí. Mucho gusto. Luisa —Extendió la mano educadamente.

—Martha. Mucho gusto —Le respondió, pero no le dio la mano— ¿Y ya lo escuchó?

—¿Qué cosa?

—Ah, entonces no lo ha escuchado.

—¿Escuchado qué?

—No, nada. Olvídelo. Tal vez ya se fue.

La anciana salió del ascensor deseándole a Luisa una feliz tarde.

—Buenas tardes, señorita…

—Luisa.

—Ah, sí. Del 301, ¿cierto? —replicó el portero.

—Sí, me mudé el martes.

—¿Y cómo le ha ido? ¿Ha podido dormir bien?

—Sí, súper bien.

—¿Entonces no lo ha escuchado?

—¿No he escuchado qué? —preguntó Luisa, ya bastante curiosa.

—Pues el ruido —respondió el portero como si Luisa tuviera que saber de qué hablaba.

—¿Cuál ruido?

—¿Es que no sabe?

—A ver, hace un momento, en el ascensor, una señora Martha me preguntó lo mismo.

—¡¿Cómo?! ¿Doña Martha? —preguntó sorprendido— ¿Una viejita bajita, de ojos verdes, con chaqueta y sombrero?

—Sí, ella. ¿Por qué? ¿Qué pasa? —Luisa empezaba a asustarse.

—Doña Martha vivió en el 301 hace años. La noche en que su marido se fue y la dejó puso a sonar un disco, un acetato de esos de su época, a todo volumen. Nadie le reclamó nada porque todos sabíamos. Hasta que la aguja del tocadiscos llegó al final de la pista y se escuchaba el golpeteo. El ruido sonó por horas hasta que fueron a revisar. La encontraron colgada de la lámpara de la sala y todas las noches, en el 301, se escucha el golpeteo de la aguja.

GIOVANY

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