domingo, 17 de febrero de 2013

Y decidí ser valiente (Primera parte)

Cuando abrí los ojos no había ni siquiera oscuridad, no había nada. Aunque la nada se parece a la oscuridad pero es de color diferente, de un color que no existe o al menos de un color que yo no conocía. Pero estaba consciente, estaba pensando, estaba sintiendo, así que tenía que estar vivo en alguna parte.

No lograba distinguir que me dolía más, la cabeza, los ojos, la piel, el corazón o el alma. Tal vez todo era un solo e inmenso dolor.

Me puse de pie, muy lentamente, tan lentamente como me lo permitía el dolor. Tratando de apoyarme en algo, en una pared o algo por el estilo, pero de nuevo solo había nada. Caí y de nuevo estaba en suelo. En el suelo de algún lugar donde solo había nada. Respiré hondo y el dolor me partió en dos, pero no era por el dolor en el cuerpo, esta vez era por el aire, algo le faltaba al aire… su aroma, su aroma no estaba. Entonces me di cuenta de donde estaba yo.

Todos hemos estado allí alguna vez y quienes aún no seguro que van a estarlo, es inevitable, es necesario, es una especie de requisito. Hay quienes incluso han estado allí varias veces, de hecho hay quienes llegan y se quedan. Aunque es el mismo lugar, es diferente para cada persona, porque queda dentro de cada uno. No es un lugar afuera en el mundo, no queda en ningún desierto ni en ningún bosque, no queda en tierra firme ni en el agua ni en el firmamento. Ese lugar queda dentro de cada persona que cae en él. Está encajado entre el alma y el corazón, entre lo consciente y lo subconsciente de nuestra mente. Queda en medio del lugar que ocupan nuestros miedos y del que ocupa nuestra valentía. Es por eso que nadie puede sacarnos de ahí. Nadie, excepto nosotros mismos.

- ¿Quieres intentarlo otra vez? –La voz sonó como de ultratumba. Me asusté. Miré a todos lados, solo para ver nada, otra vez.- ¿Quieres? –El sonido no venía de ninguna parte y de todos lados al mismo tiempo.
- ¿Intentar qué? –Pregunté.
- Levantarte y salir de aquí. –Esta vez sonó mucho mejor.
- ¿Quién eres?
- Soy tú. Soy todos. Soy todo.
- ¿Qué? –No tenía cabeza para pensar.
- Soy tú. Soy todos. Soy todo. –Repitió.
- ¿Dios? –Fue lo único que se me ocurrió.
- Muchos me llaman así.
- ¿Estoy muerto?
- Y muchos piensan lo mismo –Parecía burlarse.

Me quedé callado. Pensé que estaba imaginando cosas. Alucinando por causa del dolor.

- ¿Y entonces? –Cada vez sonaba más agradable
- ¿Entonces qué?
- ¿Quieres levantarte y salir de aquí?
- Por supuesto que sí. Si eres Dios deberías poder leer mi mente y saber lo que estoy pensando. –Aun muriéndome del dolor seguía teniendo ánimo para ser arrogante. Y aún me preguntaba por qué estaba allí. Más arrogancia.
- Claro que sé lo que estás pensando. Pero casi siempre lo que importa no es lo que piensas. Lo que verdaderamente importa es lo que haces.
- ¿Ah, sí? ¿Y qué fue lo que hice para estar aquí? –Más que una pregunta, estaba haciendo un reclamo.
- ¡Excelente pregunta! Pero si te respondiera no serviría de nada y perderías una gran oportunidad. Si de verdad quieres la respuesta tendrás que responderte tú mismo.
- Pues si ya la sabes deberías decírmela y así ahorramos trabajo. –Jugaba de nuevo mi arrogancia. Estaba diciéndole a Dios como debía hacer las cosas.
- Algunas veces lo importante no es la respuesta en sí, sino lo que hay que hacer para encontrarla y aún más para entenderla.
- Bien, entonces hagámoslo. Quiero salir de aquí. Devuélveme lo que perdí, haz que me devuelvan lo que me quitaron y así podré salir. –La solución me parecía bastante sencilla.
- Oh, no.  Yo no hago que las personas hagan cosas.
- ¿Ah, no? ¿No eres “Todo Poderoso”? –Cuando se es arrogante, se es arrogante incluso sin darse cuenta.
- Sí, lo soy. Pero también soy honesto, consecuente y respetuoso. Si hiciera que las personas hagan cosas estaría contradiciendo unas de las razones de haberlos creado: La libertad. La libertad que tiene cada ser humano de pensar, ser y hacer lo que desee. Si no fuese por esa libertad, la verdad no habría tenido muchas razones para crearlos.
- Pues valiente creación –No se puede dejar de ser arrogante de un momento para otro. Se necesita tiempo y mi tiempo, aunque no me daba cuenta, apenas estaba empezando- Si de verdad me quieres ayudar no me des sermones, en lugar de eso sácame de aquí.
- Entiende que no hago eso. Tienes que hacerlo tú.
- Entonces no me molestes más, déjame solo –Estaba diciéndole a Dios que no me molestara. Estaba diciéndole a Dios que me dejara solo.
- No puedo dejarte solo. Es imposible incluso para mí. Pero sí sé que es inútil hablar cuando a quien le hablas no quiere escuchar. Así que me quedaré callado esperándote.

CONTINUARÁ...

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