viernes, 21 de febrero de 2014

Fragmento de una historia...

Espero poder llegar antes que los demás, así seré el primero en la cafetería. Tal vez podría comprar algo en el camino, así no tendría que ir allí. Aún así no me afano, todo toma su tiempo, por eso me levanto temprano, para no tener que apurarme. Enciendo la televisión para intentar distraerme mientras me organizo para salir al trabajo. Ya tengo puesto el pantalón, ahora sigue la camisa. Me la pongo frente al espejo para asegurarme de que se vea bien. Miro el botón que está más abajo y lo meto en su ojal. Hago lo mismo con cada botón en orden ascendente y siempre llego al mismo sitio: al cuello; ahí me resulta imposible seguir huyendo de mi propia mirada. Mis ojos se cruzan con los míos, es decir, con los de mi reflejo. Seguramente es mi imaginación, pero siempre me miro con reproche en las mañanas siguientes a noches como la de anoche. En fin, como siempre, ya se me pasará, pero la rutina cansa.


Antes de salir me aseguro de tener todo en los bolsillos: la billetera, las llaves, la tarjeta de acceso, las mentas… ¿Qué estoy olvidando?... ¡Ah, sí! El móvil. Lo busco en la mesa de noche, junto a la cama, y noto la luz parpadeante indicándome que tengo llamadas perdidas o mensajes sin leer. Seguramente son ambos. Reviso. 23 llamadas perdidas y 15 mensajes de texto… Todos de un mismo número... Los ignoro, como siempre después de noches como la de anoche.

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