sábado, 10 de julio de 2021

Un beso en la puerta

     Cerró, esperando que algo dentro de sí le obligara a quedarse. Apoyó la frente y una mano en la puerta, como una última caricia para que ella la sintiera al llegar en la noche. Antes de salir dejó sus llaves sobre la mesa de la cocina. Sabía que entendería el mensaje. 
     Tomó la decisión en la madrugada, mientras la veía dormir. Quiso despertarla y contarle el único secreto que había guardado, desahogarse, pedirle que lo protegiera, que lo salvara. Estuvo despierto toda la noche, pero fingió dormir cuando ella se levantó. La escuchó preparar el desayuno, alistarse y salir al trabajo. Todo en puntas de pie para no despertarlo. Apretó los dientes hasta que le dolieron para reprimir el deseo de abrazarla cuando ella lo besó antes de irse. Se sentó en la cama con un nudo en la garganta. De su billetera sacó un papel doblado que desplegó para leerlo una vez más.
     Cuando el médico se lo entregó el día anterior, luego de explicarle que no había nada qué hacer, su mente se fue a un lugar donde era imposible separar sus recuerdos con ella y los sueños que tenían juntos: las rodadas en motocicleta, los viajes por el mundo, un negocio entre los dos, la pasión de su intimidad. Vio al destino borrarlo todo como si no fueran más que dibujos en el aire. Deambuló por horas al salir de la clínica sin hacer otra cosa que pensar en ella. La imaginó reprimiendo el llanto en su presencia y dándole rienda suelta encerrada en el baño, apretando su cara contra una toalla, fingiendo sonrisas y palabras de esperanza, repitiéndole, sin importar que fuera inútil, que todo iba a estar bien. Dedicaría sus esfuerzos a cuidarlo y dejaría su vida para acompañarlo mientras él se pudría en el fin de su existencia. 
     Sabía que a medianoche ya estaría dormida, así que llegó a casa un poco después. Se metió en la cama con cuidado de no despertarla. Todo el día intentó sopesar la diferencia entre el dolor que sentiría ella si de un momento a otro no lo encontrara nunca más y el dolor de acompañarlo mientras la muerte le ganaba la partida, con el detrimento de la dignidad que siempre acompaña a la agonía. Mientras la veía dormir recordó una frase de una película que solo vio una vez y de la que nunca antes se había acordado: “Si tienes que morir, no te lleves a nadie contigo”. 
     Le dejó también un beso en la puerta, se puso sus gafas de sol y se fue dejando un rastro de lágrimas en la calle.

Gio

2 comentarios:

  1. El Aprendiz de Brujo sale a flote y se ve una belleza fluida. Felicitaciones.

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    1. Muchas gracias, Pacho. Vos has sido parte esencial de mi aprendizaje.

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